Trigésimo Domingo del Tiempo Ordinario - Padre Adan Royal
Octubre 23, 2021 - 7:00 PM

Grabación de audio

El pobre ciego era una persona destrozada que vivía en un mundo destrozado. No era justo que hubiera nacido sin poder ver. No era justo que ningún médico del mundo pudiera curarlo, o que tuviera que mendigar todos los días para sobrevivir. Pero eso era su vida. Por más miserable que pudiera ser a veces, era la única vida que tenía. El pobre ciego tenía que tomar una decisión: podía permitir que las dificultades de la vida lo abrumaran y lo controlaran, o podía tener esperanza; podía esperar una mejor manera y seguir luchando. Es decir, tenía que permitir que sus sufrimientos lo derrotaran o el podia luchar. Eligió luchar, seguir presionando contra las aparentemente ilimitadas injusticias de este mundo.

Entonces el pobre ciego oyó hablar de Jesús, de uno que tenía el poder de vencer al mundo y traerle sanidad. La esperanza del hombre se vio reforzada. Finalmente, algo de luz brillaba en la oscuridad de su vida. Al experimentar esa luz, gritó: “¡Ten piedad de mí! ¡Muéstrame que mi esperanza, mi lucha, no ha sido en vano!” Y el mundo lo derribó de nuevo. Las mismas personas que nunca le habrían dado un centavo a este hombre comenzaron a reprenderlo. Le exigieron que guardara silencio y detuviera sus oraciones. Pero no lo hizo. No escucha a esa miserable multitud. Él simplemente sigue orando, sigue esperando, y Jesús finalmente le responde. "¿Qué quieres que haga por ti?" La petición del ciego es simple: "Quiero ver". Entonces sucede lo más asombroso. Jesús no lo sana a él. En cambio, Jesús le responde al hombre: "Debido a tu fe, ya ves". Entonces se dio cuenta de que sus ojos estaban abiertos, todo estaba finalmente claro.

Esta no es una historia de milagros. Es una historia sobre el discipulado, sobre lo que significa seguir a Jesús y cómo nos cambia. Todos estábamos ciegos y destrozados como este pobre ciego. Como el pobre ciego debemos seguir luchando; debemos seguir rezando. Incluso cuando parezca que Dios no está escuchando, debemos tener fe y confiar en que Dios nos dará su gracia. Porque nuestra curación, nuestra integridad, se encuentra en la lucha.

Cuando Jesús finalmente le habló al pobre ciego, su vista ya estaba restaurada. De hecho, el ciego era la única persona entre la multitud que podía ver de verdad. Al negarse a retirarse de su lucha contra el desánimo del mundo, se volvió victorioso y completo. Jesús nos ofrece esta misma gracia. Pero debemos tener el coraje de desearlo, el coraje de luchar contra el mundo y nunca rendirnos.