(Español abajo)

“[Y]ou are Peter, and upon this rock I will build my Church.” This is the great papal text. The event in the life of Christ which we point at to show the foundation of the papacy, to show why we have a pope. The normal account of this event is that Peter showed the greatest faith, the greatest understanding of who Christ is, and was therefore gifted with leading the Church and getting to wear a funny looking hat. But I have my doubts. I’m not sure that it was Peter who was given a gift. The papacy wasn’t a reward for faith, but a gift given to those who doubt so that they might come to believe. The papacy isn’t a sign of the strength of the Church, but of her weakness.

Peter was the first apostle to confess who Jesus truly was, “the Christ, the son of God.” He could confess that because the Father had revealed it to him. But the Father is not stingy with his grace. He does not offer the revelation of salvation, the revelation of his love, to only a single person. He offers it to everyone. All the other apostles and disciples of Christ could have known who Jesus was, but they refused to listen to the still small voice within their hearts. Only Peter listened. So Peter was given a cross to bear, he was made a visible sign of God’s love and care for his people, so that the other apostles might also come to faith, so that they might begin to listen to God’s voice.

Peter and all the popes who have followed him have born the cross of doubt and weakness on behalf of the Church. In every generation the popes have called us back to the revelation of God’s mercy and they have always been persecuted for it. We have seen it in our own lifetimes. St. John Paul II bore the weight of sickness and age. He showed us by his life, by his endurance of suffering, that all human life has value. That we cannot throw it away when it is inconvenient for us, or when it demands sacrifice. Pope Benedict XVI showed us that truth and the worship of God are the only way the human soul can find happiness. That only an encounter with the infinite itself can fulfill our longings. Pope Francis has shown us the vanity of the world and human ambition. That mercy and simplicity are the only legitimate answer to a people who have glutted themselves on materialism and violence. All three were hated. The same is true of every pope in Church history. Some corner of the “so called” Christian world denounced them and longed for a day when a “real” pope would show up, that is they longed for someone to agree with them. But that day never comes. Rather than send someone who agrees with the world and says what we want them to say, Christ always sends another to be crucified, to bear the weight of the cross of sin and doubt and call us back to faith.

Like with the apostles, Christ has not abandoned us to our doubts and uncertainties. He has not abandoned us to our weaknesses. But again and again sends us a visible sign of his love, a visible point of unity to give us faith again, to call us out of our darkness into the marvelous light of his love. “[Y]ou are Peter, and upon this rock I will build my Church, and the gates of the netherworld shall not prevail against it.”


“[Tú] eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi Iglesia”. Este es el gran texto papal. El evento en la vida de Cristo que señalamos para mostrar el fundamento del papado, para mostrar por qué tenemos un Papa. La cuenta normal de este evento es que Pedro mostró la mayor fe, la mayor comprensión de quién es Cristo y, por lo tanto, tenía el don de liderar la Iglesia y ponerse una gorra chistosa. Pero tengo mis dudas. No estoy seguro de que haya sido Pedro quien recibió un regalo. El papado no fue una recompensa por la fe, sino un regalo dado a los que dudan para que puedan llegar a creer. El papado no es un signo de la fuerza de la Iglesia, sino de su debilidad.

Pedro fue el primer apóstol en confesar quién era realmente Jesús, "el Cristo, el hijo de Dios". Podía confesar eso porque el Padre se lo había revelado. Pero el Padre no es tacaño con su gracia. No ofrece la revelación de la salvación, la revelación de su amor, a una sola persona. Se lo ofrece a todos. Todos los demás apóstoles y discípulos de Cristo podrían haber sabido quién era Jesús, pero se negaron a escuchar la voz apacible y delicada dentro de sus corazones. Solo Pedro escuchó. Así que a Pedro se le dio una cruz para llevar, se hizo una señal visible del amor y cuidado de Dios por su pueblo, para que los otros apóstoles también pudieran llegar a la fe, para que pudieran comenzar a escuchar la voz de Dios.

Pedro y todos los papas que lo han seguido han llevado la cruz de la duda y la debilidad en nombre de la Iglesia. En cada generación los papas nos han llamado a volver a la revelación de la misericordia de Dios y siempre han sido perseguidos por ello. Lo hemos visto en nuestras propias vidas. San Juan Pablo II soportó el peso de la enfermedad y la vejez. Nos mostró con su vida, con su resistencia al sufrimiento, que toda la vida humana tiene valor. Que no podemos tirarlo cuando no nos conviene o cuando exige sacrificio. El Papa Benedicto diez y seis nos mostró que la verdad y la comunidad a Dios son la única forma en que el alma humana puede encontrar la felicidad. Que solo un encuentro con el infinito mismo puede colmar nuestros anhelos. El Papa Francisco nos ha mostrado la vanidad del mundo y la ambición humana. Esa misericordia y sencillez de el son la única respuesta legítima para un pueblo que se ha hartado de materialismo y violencia. Los tres fueron odiados. Lo mismo ocurre con todos los papas en la historia de la Iglesia. Algún rincón del “así llamado” mundo cristiano los denunció y más tiempo por un día en que aparecía un Papa “real”, es decir, anhelaban que alguien estuviera de acuerdo con ellos. Pero ese día nunca llega. En lugar de enviar a alguien que esté de acuerdo con el mundo y diga lo que queremos que diga, Cristo siempre envía a otro para ser crucificado, para llevar el peso de la cruz del pecado y la duda y llamarnos de nuevo a la fe.

Como a los apóstoles, Cristo no nos ha abandonado con nuestras dudas e incertidumbres. No nos ha abandonado a nuestras debilidades. Pero una y otra vez nos envía un signo visible de su amor, un punto visible de unidad para devolvernos la fe, para llamarnos a salir de nuestras tinieblas a la luz maravillosa de su amor. “[Tú] eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi Iglesia, y las puertas del inframundo no prevalecerán contra ella”.