XIV Domingo de Tiempo Ordinario – Padre Pedro Iorio
Julio 4, 2020 – 7:00 PM

En este día de la Independencia de los Estados Unidos de América, de la servitud a Inglaterra en el año 1776, celebramos libertad y el país en que vivimos. Muchos de inmigrantes en el último siglo llegaron por barca en la ciudad de Nueva York. Una gran estatua de una dama está en el puerto de Nueva York dando la bienvenida. Hay un poema de Emma Lazarus inscrito en la base de la famosa Estatua de la Libertad: Traduzco en español una parte… “Dame tus cansados, tus pobres, tus masas acurrucadas que anhelan respirar libremente… Envíame esto, la tempestad sin hogar que me arrojaron.” Las lecturas de hoy, especialmente el Evangelio, dan el mismo mensaje de una manera más poderosa cuando Jesús dijo “Toma mi yugo … y encontrarás descanso”.

Las bellas palabras de Jesús en el Evangelio parecen perfectas para nuestro tiempo. No entendemos todo lo que está pasando. Los últimos meses han sido duros- debido a la pandemia, la perdida de trabajos, el cambio de rutina para los niños, el miedo de estar en contacto con otros, las reglas acerca de visitas en el hospital, y también la violencia de las calles. Seguro que muchos que oyen la lectura hoy piensan que se encuentran entre los que están fatigados y agobiados por la carga, y seguro que todos buscamos alivio.

Por todo eso, estamos agradecidos por el mensaje del Evangelio. Es verdad que no han desaparecidos todos los problemas, pero el Evangelio nos invita a poner al lado nuestras preocupaciones y sentir un poco de paz y tranquilidad. Ojalá que podamos respirar más profundamente y crear un espacio para entrar en la contemplación de la bondad de Dios. Es una oportunidad para descubrir de nuevo que Dios es un Padre que nos ama profundamente.
Cuando miramos el Evangelio de San Mateo, descubrimos que Jesús habló estas palabras después de fracasar en una serie de pueblos de Galilea. Él había hecho muchos milagros, pero la gente no respondió bien. Se quedaron duros de corazón. Pero en vez de sentirse desanimado, Jesús se reúne con los suyos y emite una acción de gracias. “Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y las has revelado a la gente sencilla!”

Jesús da gracias que se encuentra otra vez entre gente sencilla, entre los que no tienen doblez, los de corazón amplio, los que no tiene ánimo de complicar las cosas. Él se alegra de estar entre los que son abiertos, los limpios de corazón, los pobres, los disponibles. Esta es la gente capaz de acoger el mensaje de Jesús. Es la gente que entiende que le faltan muchas cosas, que no tienen todas las respuestas, que no se llenan de sí mismo y se encierren con su dinero, su inteligencia, con sus buenas calidades. Es la gente humilde, abierta a escuchar algo nuevo.
Es a esta gente que Jesús se dirige con su invitación, “Vengan a mí, todos los que están fatigados y agobiados por la carga, y yo los aliviaré”. Jesús no les promete que puede cambiar las circunstancias de su vida, ni que puede resolver sus penas. Pero si, promete que les va a acompañar, que va a estar a su lado y les va a ofrecer descanso. El no viene como jefe poderoso ni exigente. Viene a acompañarlos, viene manso y humilde de corazón. No hay que tener miedo. Jesús no es juez, es compañero de camino.

Que buena noticia. No caminamos solos. A veces nos parece que nadie puede entender lo malo por lo cual estamos pasando. Mismo los seres queridos no comprenden el nivel de nuestro dolor, la profundidad de nuestra tristeza, el vacío de nuestro corazón. Pero Jesús, sí.

Y el yugo que debemos tomar es la carga del amor. Esta carga nos compromete a compartir con los demás. Pero también nos regala una energía inmensa, una esperanza que no se quita y una confianza que nos deja feliz a lo más profundo del corazón.